lunes, 10 de diciembre de 2012

El Barroco en Nueva España

Desde la llegada de los españoles a América, el número de nuevas ciudades fue en crecimiento constante. La posibilidad de planificar desde el principio el desarrollo urbano de un territorio hizo posible realizar la utopía renacentista, que aspiraba a recuperar el plano reticular del arquitecto griego Hipódamos de Mileto, con calles que se cortan en ángulo recto y manzanas regulares de casas trazadas «a cordel y regla», según dicen las leyes de Indias.
En todas ellas tuvo una gran importancia la plaza mayor o plaza de armas, centro político, económico y religioso dentro de la ciudad. Pero la conquista no solo fue una empresa militar, sino también religiosa.
Al principio fueron conventos, fundados por órdenes mendicantes, como franciscanos y dominicos, que, en ocasiones, levantaron «misiones», convertidas también en núcleos de población. Tras las primeras décadas del siglo XVI, plagadas de interesantísimas experiencias arquitectónicas, se emprende la construcción de catedrales.
Tuvo mucho éxito una planta de salón con columnas y bóvedas a la misma altura (Hallenkirchen), que se había utilizado en Europa desde los tiempos finales del gótico, aunque ahora con elementos clasicistas, empleados con cierto anacronismo y arbitrariedad.
La más importante fue la catedral metropolitana de Nueva España, en México, diseñada por Claudio de Arciniega, inaugurada en 1667, aunque se completó más tarde, con las características fachadas-retablo de las iglesias americanas, profusamente ornamentadas. En este templo se funde la planta de salón con la basilical, con cúpula sobre el crucero. Está dotado de columnas y bóvedas como en Europa, pero realizadas con materiales autóctonos, más ligeros, que producen un singular espacio diáfano y escalonado, de una monumentalidad insólita, en una fusión de culturas que caracteriza todo el arte iberoamericano de la Edad Moderna.
Este mestizaje estilístico tuvo una de sus más peculiares manifestaciones artísticas autóctonas en las decoraciones, en las que se emplearon motivos europeos, como la columna salomónica o el estípite (pilar formado por troncos de pirámide invertidos), a veces caprichosamente interpretados, junto a elementos indígenas, como frutos locales, papayas o plátanos. Muchas de estas decoraciones son espesos estucos que inundan, en un frenesí de formas que no tiene límites, toda la superficie arquitectónica, como en la iglesia del convento de Santo Domingo (1657), en Oaxaca, o la capilla del Rosario, en la iglesia del convento de Santo Domingo (1690), en Puebla.







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